Estas son las Historias del Bajo Cauca, una serie de retratos acompañados de testimonios e historias de vida de personas #ResilientesES que habitan el Bajo Cauca Antioqueño. Proyecto realizado con PACIFISTA para OIM (ONU Migración), Fundación Hilando Vidas y Esperanza y USAID Colombia.

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These are the Histories of Bajo Cauca, a series of portraits accompanied by testimonies and life stories of #ResilientES (#resilient) people who live in Bajo Cauca Antioqueño. Project carried out with PACIFISTA for OIM (UN Migration), Hilando Vidas y Esperanza Foundation and USAID Colombia.
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Ella es Matilde, indígena Zenú, madre de seis hijos. Tiene cincuenta y dos años y, aunque nació en San Andrés de Sotavento, vive desde hace veintidós años en la Isla de la Dulzura, (originalmente la Isla de la Amargura), sobre la cual nos contó la siguiente historia: “La historia de la Isla la Amargura…fueron los vivientes principales que llegaron aquí de primeritos, pero nosotros ahora cuando llegamos, vimos que no es sana una amargura.”  A Matilde le encanta vivir en su Isla de la Dulzura, por su abundancia y fertilidad. “Si tú siembras ají, produce ají, si tú siembras berenjena, produce berenjena”. Además, al estar rodeada del río tiene acceso a la pesca. Aunque nos cuenta que a veces “se llena de tristeza” porque cuando el río crece inunda la cosecha y mata todos los cultivos.    Le encanta relacionarse con su comunidad e involucrarse en todos los procesos de crecimiento social. “Ese es mi rol”, dice. “Así yo no gane un peso pero eso me gusta, ser participante”. “Fui cacica de la comunidad, y aprendí muchas cosas que me llenaron de satisfacción”.   Matilde ha sobrellevado el desplazamiento forzado varias veces en su vida, pues antes de vivir en la Isla de la Dulzura vivía en Zaragoza. Y estando en la Dulzura, el 3 de septiembre del 2020 (recuerda con claridad), debió abandonar su hogar debido a las peleas por territorio a manos de los grupos armados. En ese entonces debió vivir en el corregimiento de Guarumo.   Después de tres meses Matilde regresó a la isla. Y aunque al principio sentía mucho temor, poco a poco se ha vuelto resiliente, ya recuperó su tranquilidad y vive “amañada” en su Isla la Dulzura. 
Él es Andrés, tiene ochenta y seis años, nació el 4 de mayo de 1936 en San Andrés de Sotavento. Fue uno de los primeros fundadores del asentamiento indígena de la Isla de la Amargura. Se amañó tanto en esta tierra y en esta isla, que aquí se quedó. Tiene catorce hijos. Cuenta que vive “sabroso”, “hambre aquí uno no va a sufrir, porque aquí todo el tiempo se puede sembrar”, dice. "Es muy duro tener que esperar el mes o el año para poder hacer las cosechas, pero aquí no, aquí nos hallamos felices por ese lado”.   Cuenta que vivir en comunidad se siente muy bien, pero que están un poco atropellados por las cuestiones de Hidroituango.   Para Andrés, lo más representativo de la comunidad indígena Zenú es la forma de vida, la parte cultural. “Yo desde que nací fue con la cultura” “Hacemos el trabajito sembramos el arroz, luego sembramos el maíz, el ajonjolí…” “Toda mi vida he sido agricultor y pescador también, siempre entiendo algo de chinchorro, del manejo de la atarraya”.   También nos cuenta que tener a toda la familia en la isla es “el contento más grande”, pues el estar rodeado de los hijos, de la familia y de las amistades lo llena de felicidad, "eso es muy bonito”.   El día en que conocimos a Andrés se estaba realizando una entrega de materiales para construir un baño, una cocina y una bodega en la caseta de la comunidad. Eso lo tenía feliz, con ganas de ver como resultan estos proyectos de progreso comunitario.   Para hablar de la isla, Andrés nos dijo que “Mantiene uno feliz en todo”, y “que seamos todos felices en la vida” dijo de despedida. 
Él es Francisco, nació en Lorica, creció en Montería (su ciudad favorita de Colombia) y vive en la Isla de la Amargura desde hace 31 años. Se refiere a la isla como una “isla bendecida por Dios”. Es esposo, padre de cinco hijos y abuelo de siete nietos. “Con mucho honor lo digo soy campesino agricultor. Siembro plátano, cacao, todo lo que me toque…nosotros vivimos de eso”. Nos cuenta que hace más de treinta años se desempeña como pastor en la iglesia de la comunidad. Recuerda con nostalgia las épocas previas a los desplazamientos, pues antes “éramos ciento y pico” pero ahora son aproximadamente veinte, los creyentes que conforman la iglesia. Nos cuenta que no quisiera irse de la isla, pero que los temores por futuras avalanchas de Hidroituango lo tienen a él y a su comunidad en una constante incertidumbre. Francisco habla con orgullo del molino de pilar arroz (frente al cual posa para la foto). Este molino es un reciente aporte que recibió la comunidad. Lo utilizan para vender y consumir tanto el arroz, como el salvado que produce el molino y Francisco es uno de los encargados del manejo de éste. Su interés comunitario lo tiene también al tanto de un proyecto de construir una placa huella que pretende mejorar un paso de tránsito a la caseta comunitaria. “La paz, la tranquilidad, el buen ambiente y la temperatura” son lo que a Francisco más le gusta de la Isla. “No sé qué tendrá Dios en el futuro para con nosotros, él lo sabrá.” dice despidiéndose entre muchos agradecimientos.
Ella es Bercira, una mujer de cuarenta y tres años, madrugadora. Se despierta todos los días sobre las cinco de la mañana para llevar a su hijo al colegio. Aquel día en la Caucana estaba colaborando en una olla comunitaria que realizaba la comunidad como parte de un evento por los derechos de los niños. Berci tiene tres hijos, todos hombres. Y es “Nacida y criada acá”, en La Caucana. Nos cuenta que “la vida en La Caucana es buena a pesar de todo”, que han tenido muchas dificultades debido al tema de la guerra, pero afortunadamente han podido sobrellevar y sobrevivir a esos problemas, "hemos aprendido a reponer y continuar”, dice. Uno de los casos más duros que ha tenido el corregimiento fue durante el periodo del 2020-2021, entre la guerra y la pandemia. “Poco a poco hemos aprendido a sobreponernos a la situación”. Según ella, el secreto para sobrellevar esos problemas es mantenerse rodeado de la familia y mirar hacia el futuro. “Nos fortalece pensar en las personas que tenemos al lado”. “Siempre hay un mañana y podemos continuar”. Berci, aparte de ser ama de casa, hace parte de la Asociación de Mujeres de La Caucana. Se considera una mujer independiente y también trabaja con catálogos de ventas tanto de ropa como de comida. Realiza sus ventas en el corregimiento de la Caucana y en Tarazá. “Me considero una mujer guerrera, apasionada por lo que hace, a veces me frustro pero siempre con entusiasmo, más que todo, guerrera”.
Él es Albano, nacido y criado en La Caucana. Durante su juventud recorrió bastante Colombia, estuvo viviendo en el Valle del Cauca, Quindío, Tunja, Chocó y en Risaralda hasta sus diecisiete años, que regresó al territorio. Tiene cincuenta y cuatro años y vive en el corregimiento de La Caucana en el municipio de Tarazá. Albano es representante legal del Midel, (Mesa Integral de Desarrollo), una cooperación que nació con el objetivo de apoyar las distintas entidades y asociaciones que crecen en el corregimiento a nivel acción comunal, apoyo comunitario y medio ambiente. Es líder comunitario desde hace más de veinte años y lo que más valora de su trabajo es "ver la sonrisa de una persona que recibe una ayuda", "de los niños cuando reciben la educación." Albano también es líder en el municipio de San José de Uré. Para él es importante el liderazgo comunitario “porque se ha hecho una colectividad”. Nos cuenta que compartir con otros líderes es algo muy valioso, ya que las problemáticas comunitarias son comunes y entre todos pueden descifrar las acciones en conjunto, para mejorar sus territorios. "Yo he tenido un sueño desde niño que no he sido capaz de cumplir, y es que como líder haya un conocimiento en general sobre lo que son las bases fundamentales de un liderazgo." Nos cuenta que muchas veces los líderes nombrados en las comunidades "realmente no se mueven". Por eso, uno de sus sueños es que "los líderes sean verdaderos líderes, que para ellos lo primero sea la comunidad".
Ella es Berlinda Castillo, indígena Zenú, tiene sesenta y tres años y nació en San Andrés Córdoba, donde vivió hasta los 18 años, cuando su espíritu caminante la llevó a explorar nuevos territorios. Trabaja en compañía de su esposo y disfruta de cultivar yuca, arroz y plátano. Vive en el asentamiento indígena de la Isla de la Dulzura. Es madre de once hijos, quienes tuvieron la oportunidad de tener una madre que sabe medicina tradicional. “Aquí me eligieron para ser médica tradicional” “Sé de varias plantillas, cuidar a los niños”. Aprendió la medicina tradicional de su madre, quien es también indígena y aún vive con noventa y tres años. Su oficio, aparte de la medicina, es “la trenza” -dice en referencia a trenzar y tejer sombrero vueltiao. Lleva trenzando una buena parte de su vida, entonces cuando descansa de la trenza, se dedica a la cocina, a la crianza de pollos y a la agricultura. Nos cuenta que “a veces se sienta uno por un buen rato… un sombrero se tarda más de una semana”, bajo todo el proceso artesanal y preparación de la palma. Pero comprando la palma ya pintada, hace un sombrero en unos dos días. Un sombrero lo vende en aproximadamente 70.000 pesos. Lo que más disfruta de la isla La Dulzura es la cocina e ir al monte a trabajar. Porque, como ya no puede estar trenzando todo el tiempo por la vista, ahora disfruta de otras labores, que afortunadamente puede realizar en compañía de su esposo y en su isla donde goza de tranquilidad y clima cálido todo el año.
Él es Gabriel, nacido “30 minutos arriba” en una finca cercana a La Caucana a manos de su abuela, la partera del corregimiento. Sus abuelos fueron los fundadores de La Caucana entonces desde siempre ha tenido un fuerte vínculo con “la gran comunidad que somos hoy en día” - dice. Gabriel actualmente está liderando programas de siembra de árboles, recolección de lluvias y medición de caudal del río, con un colectivo juvenil. Aparte de ese liderazgo es “piscicultor, criando cachamas, también soy agricultor y manejamos lo que es una unidad productiva”. Nos dice algo importante: “La riqueza no está en que uno tenga plata, tenga oro, tenga cosas en el banco…la riqueza está en la agricultura, en preservar lo que es la vida, para nuestras futuras generaciones”. Esa frase es lo que caracteriza la labor de Gabriel. Cuenta que disfruta mucho del trabajo con los jóvenes de La Caucana, porque todos son muy comprometidos, “ lo que me ha ayudado a rejuvenecer”. Nos cuenta que ellos (los jóvenes) están cansados de la problemática “ellos están despertando para cambiar la Caucana porque eso es lo que todos queremos, cambiar la Caucana para que esta sea un territorio de paz”. A Gabriel, lo que más le gusta de La Caucana es el río. “Somos la única comunidad del Bajo Cauca que tiene la oportunidad de disfrutar las aguas del Río Man, una fuente generadora de vida, entonces eso es una inspiración”. Cuenta que lastimosamente se les está acabando el agua, y que esa, es justamente una de las motivaciones para trabajar en pro de la conservación de los recursos hídricos del corregimiento. Gabriel sueña con impulsar su labor socioambiental y convertir a la Caucana en un Corredor Verde, “ser la comunidad que menos basura generemos” - dice.
Ella es Claudia Lopera, madre de seis hijos y presidenta de la vereda San Agustin Medio, ubicada a 5-6 horas de la Caucana. Sin embargo, a pesar de la distancia, está muy involucrada con este corregimiento. Con su esposo montaron una carnicería en la Caucana, porque la situación se ha puesto difícil y para ellos es importante tener varios ingresos. Lo que motiva a Claudia a moverse hacia La Caucana, son las distintas capacitaciones y trabajos comunitarios que se están llevando a cabo allí. Asistir a los eventos y trabajar en comunidad han sido para ella una forma de sanción frente al dolor que ha dejado la violencia en esta zona. Nos cuenta que en este territorio "hubo una violencia muy grande y muchos desplazamientos." Ella, al verse afectada por esta violencia, debió sacar a sus hijos para protegerlos, quedándose sola. Todos los programas que se realizan en La Caucana le han permitido sentirse acompañada y trabajar por un propósito de bien común. Es una mujer líder que se mueve entre un lado y otro, pues no sólo participa activamente en los procesos de La Caucana sino en varias veredas y territorios en Antioquia. Claudia habla con resiliencia sobre los procesos que ha sobrellevado a lo largo de su vida y en medio de la charla nos dice: “nosotras como mujeres tenemos derecho a una vida digna.” “Es que una cosa es ser pobre y otra cosa es ser pobre de espíritu”. Palabras que llegan como fuertes enseñanzas. Ella transmite muchísimo carisma y amor por todos los que la rodean. Sin duda es una líder que demuestra la preocupación que tiene por los demás y hace evidente la importancia que tiene para ella el bien comunitario. “Algo que yo aprendí es que mi cuerpo es mío, mi cuerpo lo decido soy yo, y yo soy la que digo sí o no” - Fue una de las frases que nos dijo en medio de todas sus enseñanzas.
Ellas son Luz Amada y Chaira Michelle, dos amigas de La Caucana. Luz Amada nació en Caucasia y Chaira en Tarazá pero ambas han vivido en la Caucana desde pequeñas. Lo que más les gusta hacer es estudiar “Ganar el año, ganarme un 5, ¿Cierto Luchi? - dice Chaira”. La materia que más les gusta a ambas es matemáticas. Chaira estaba lista para desfilar en un evento de los derechos de los niños y estaba representando el Derecho a la Igualdad. A Luz Amada le daba pena modelar, pero estaba feliz de asistir al evento y acompañar a Chaira quien estaba feliz de participar en el desfile. Ambas, mejores amigas, nos cuentan que viven felices en La Caucana y que disfrutan tanto del colegio como de poder salir a jugar todas las tardes con todas sus amigas.
Ella es Gladys Urango, una cordobesa de sesenta y dos años, madre de cinco hijos. Vive en la Isla de la Amargura desde hace ocho años. “Aunque sea la Amargura pero no, para mí es Dulzura”, - nos dice mientras cuenta la mítica historia de los primeros pobladores de la isla, quienes “vivieron muy mal…porque esto se llenaba de agua, se inundaba, entonces por eso le pusieron la Isla de la Amargura.” Actualmente, Gladys dedica su vida a trabajar por los temas que acogen a la comunidad. “Así soy yo, me gusta servirle a la comunidad y me gusta que la persona que llegue, se vaya con una buena impresión de la Isla de la Amargura.” Nos cuenta que “aquí se vive muy bueno porque es una vereda muy bendecida”, pero nos transmite su preocupación por los posibles desplazamientos que sufrirán a causa de la represa de Hidroituango. “Esa represa para nosotros es una bomba de tiempo allá…” “Vea…si en algún momento me tocara irme de la Isla, no sé. Pues..será para el albergue de allá en Guarumo, para el albergue otra vez”. “Un día normal mío… me levanto a la cinco de la mañana, me voy pal baño, me organizo, salgo del baño, monto el café, el desayuno por ahí derecho, dejo todo listo al esposo y salgo al trabajo. Y luego al mediodía vengo y hago los demás quehaceres de la casa.” Para Gladys, lo más bonito de la isla es la unión que existe entre todos. ”Porque hacemos olla comunitaria, hacemos eventos…estar reunidos me encanta.” Al final nos habló de su sueño. “Yo tengo varios sueños, pero mi principal sueño es tener mi casita en el pueblo, para que cuando algo pase aquí yo tenga dónde llegar allá en el pueblo. Y yo sé que no me voy a morir sin cumplir ese sueño.”
Daniela tiene diecinueve años, es hermana mayor y madre. Paola tiene quince años, es hermana menor y tía de Elian David. A ellos tres los conocimos en la Isla de la Amargura, durante una jornada de recuperación de la cancha de fútbol. Paola estaba ayudando a poner unas cintas y demarcar el espacio. Daniela estaba cuidando a su hijo. Ambas hermanas nacieron en la Isla de la Amargura y han vivido allí toda su vida. A la pregunta de ¿Cómo es la vida en la Isla de la Amargura? Paola nos respondió: “Pues tranquila porque no se escucha tanta bulla, sólo suenan los animales, y bueno…el niño” - dice entre risas mientras Elián suelta algunos llantos. “Tenemos alimentos, frutos, que no los compramos, así como en el pueblo que si quieres comer tienes que comprar, aquí no. Y es tranquila.” Paola nos contó que está estudiando en Guarumo, va cursando noveno grado y aún no sabe qué quiere estudiar al graduarse. Daniela está dedicada por el momento a cuidar a Elián, quien tiene apenas un año de nacido.
Ella es Malvina Reyes, nació en San Andrés, Córdoba y tiene cuarenta y cinco años viviendo en La isla de la Amargura. Tiene ocho hijos, se dedica a ser ama de casa y es artesana de sombrero vueltiao como varias mujeres de su comunidad. Hace unos años Malvina se demoraba dos días trenzando un sombrero, pero nos dice que hoy ya le “entró la flojera” y se tarda varios días haciéndolos. Nos cuenta que antes trenzaba de noche, que era una especie de meditación, pero ahora ya no. Prefiere dedicar sus días a sembrar en su huerta casera, “ siembro algunas maticas, como ají, cebollín y berenjena". Mientras hablábamos Malvina se quejaba de que el ají dulce "no estaba pegando" porque se lo estaban comiendo las hormigas, sólo le estaba creciendo el ají picante (que no le gusta tanto), pero como la mata estaba grande y bonita, la escogió para tomarse esta foto.
Ellas son Jennifer y Nicole, hermanas de siete y quince años, quienes siempre han vivido en la Caucana junto a otras dos hermanas, sus padres y su abuelo. Jennifer se gradúa el próximo año y Nicole está en segundo de primaria. En medio de su timidez, Nicole nos cuenta que le va muy bien en la materia de español, que le gusta mucho leer y escribir. Jennifer por su parte, quiere hacer el curso de azafata en Medellín apenas se gradúe, pues ve por ahí una buena oportunidad de trabajar y conocer su país. Lo que más disfruta Jennifer de su vida en La Caucana, son los eventos que se hacen en el corregimiento, las actividades y reuniones comunitarias, pues es el momento de compartir, comer, jugar y disfrutar con sus amigos y vecinos.
Ella es Yuliet Nini Oviedo, madre de cuatro hijos y vive en la Isla de la Amargura. “Nacida y criada aquí” - nos dice. “Soy nativa de aquí y me gusta mi tierra”. Es ama de casa y trabaja por temporadas en fincas aledañas, en la misma Isla o en otras veredas cercanas. También trabaja como voluntaria en la Asociación de Agricultura de la Isla y en varios proyectos que surgen en la comunidad. “Me gusta, porque mis estudios se estancaron como de 17 años… entonces estos trabajos han sido mi inspiración”. “Quiero aprender, ver y saber cómo puedo aportar yo a la comunidad”. A Yuliet, lo que más le gusta de la isla es la tranquilidad, pues a pesar de que hubo mucho conflicto, es una zona tranquila y la gente es muy acogedora. Nos habla de los alimentos. “Como decimos por aquí, si nos morimos de hambre es porque somos muy flojos, - dice entre risas. “Porque aquí se consigue de ají para arriba”. “A pesar de que aquí nosotros somos golpeados por la ola invernal, por el conflicto armado, por Hidroituango, queremos nuestra tierra, estamos amañados.” Yuliet nos habla del asentamiento indígena Zenú que también vive en la isla y cuenta que entre ellos no hay distinción. Entre indígenas y campesinos la única diferencia es el nombre, pero “somos los mismos”, por eso los trabajos comunitarios en los que ella participa son en conjunto con este asentamiento. Finalmente Yuliet recalca sobre el apoyo de su familia, quienes la apoyan en sus proyectos y se enorgullecen de todos sus logros gracias a la participación activa en todos los temas de crecimiento comunitario.
Ella es Natalia, nació en Caucasia, tiene veinticinco años y desde hace doce forma parte de la comunidad indígena Zenú de la Isla de la Amargura, en el asentamiento llamado La Dulzura. Es madre de tres hijos. “Soy comunera”. “Comunera es que estoy pendiente de las actividades, de las reuniones, charlas, lo que salga…” Nos habla del símbolo del sombrero vueltiao, “Es una artesanía que nos identifica como indígenas Zenú” “La mayoría de nosotros tejemos, hacemos manillas, sombreros, aretes, siempre se hacen de la caña flecha… que se encuentra en la parte de la orilla del río”. Cuenta que "para nosotros que somos indígenas, es como un arte que tenemos para entretenernos y despejar la mente”. Natalia sonríe mientras habla de la riqueza de la isla. “Hay tranquilidad, se respira aire limpio.” Pero también muestra algo de preocupación cuando le preguntamos por el río. "¿Vivir rodeada del río? A veces da miedo, con todo eso de que nos van a volver a sacar, si da como duro…otra vez dejar lo que uno ya tiene construído”. A pesar de ese miedo, para ella el río también es algo por lo que agradecer. "Hay mucha pesca. Cuando salimos a pescar, uno se divierte mucho en el río y, cuando uno se cansa de pescar, se comienza a bañar". Natalia disfruta de vivir en comunidad junto a su familia y cuenta con ellos para cualquier necesidad. De la isla, lo que más le gusta es la cantidad de frutales para poder sobrevivir. Nos dice que espera poder quedarse por mucho más tiempo y envejecer en la isla. Natalia tiene un sueño, y es poder ver a su asentamiento con una escuela indígena propia, donde a parte de los estudios comunes, se enseñen y transmitan los conocimientos y la cultura indígena que poco a poco se han ido perdiendo.
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